Las pistas sobre El Amor en los Tiempos del Cólera

Diners resolvió el misterio de la primera novela que Gabriel García Márquez publicó después de recibir el Premio Nobel, en 1985
 
Las pistas sobre El Amor en los Tiempos del Cólera
Foto: Ulf Andersen
POR: 
Eligio García

Publicado originalmente en Revista Diners no. 188, noviembre de 1985

Las primeras noticias que tuvimos de El amor en los tiempos del cólera datan de octubre de 1982, aunque en esa época aún nada sabíamos de su raro título medieval. Simplemente, el día anterior a que se le concediera el Nobel, Gabriel García Márquez le comentó a una periodista colombiana en su retiro del Pedregal de San Ángel, en Ciudad de México, que hacía dos meses estaba escribiendo una novela de amor.

La noticia parecía una broma más de García Márquez, casi insólita incluso, si se recordaba sin demasiado esfuerzo que en muchas de sus páginas, desde la Eréndira hasta Cien años de soledad, pasando por El rastro de tu sangre en la nieve y El Otoño del Patriarca, el amor ha estado siempre presente. No obstante, por las escasas pistas que fue soltando poco a poco meses después, se fue sabiendo que existían efectivamente diferencias fundamentales con los otros amores de sus otros ‘libros: los de ahora eran unos singulares, amores entre ancianos y jamás serían contrariados ni trágicos como en los anteriores sino todo lo contrario: amores felices con final feliz.

Hoy, cuando la novela está felizmente concluida y a punto de salir a la luz pública en este diciembre memorable, el propio García Márquez ha sido aún más preciso: sólo hasta ahora tuvo el suficiente coraje para dedicarle todo un libro de cuatrocientas páginas al tema específico y único del amor.

Es cierto: en las impecables 480 cuartillas del manuscrito procesado por el computador no existe un solo instante de sosiego en el que el amor no esté presente con todas sus alegrías y miserias, dramatizado en todas sus formas y en todas sus edades y en todos sus tiempos, incluido por supuesto los inmemorables tiempos del cólera, la curiosa peste que azotó a finales del pasado siglo a Cartagena de Indias y que entre otras cosas y no por casualidad se parece tanto a la enfermedad del amor según Gabriel García Márquez.

Y así lo recuerda alguien con letras de fuego en alguna parte del libro: “El amor se hace más grande y más noble en los tiempos de peste”.

La primera imagen: una pareja de ancianos bailando en la cubierta de un barco

El tema de la novela ha sido también resumido por el propio García Márquez en esta larga frase: es la historia de un hombre (Florentino Ariza) y una mujer (Fermina Daza) que se aman desesperadamente y que no pueden casarse a los 20 años porque son demasiado jóvenes, y no pueden tampoco casarse a los 80, después de todas las vueltas de la vida, porque son demasiado viejos.

Ellos viven, se conocen, se enamoran y los separan y siguen viviendo cada uno su vida en una capital de provincia del Caribe colombiano. Fermina viene de otros lugares, uno de esos de juglar que van en adelanto, San Juan de la Ciénaga o Flores de María. Florentino, telegrafista aficionado a la poesía y al violín, romántico hasta las lágrimas, enamorado capaz de esperar pacientemente a su diosa coronada durante 51 años, 7 meses y 11 días con sus noches.

El triángulo ardiente lo cierra Juvenal Urbino, médico especializado en París con Adrian Proust (padre del famoso novelista Marcel Proust), a quien el destino designa sofocar la peste: la que azota a la ciudad y a Fermina Daza. Se casará con ella y vivirán juntos una larga y monótona y dura (“NADA en este mundo es más difícil que el amor”) y tranquila vida en común, hasta el día de su muerte, ocurrida precisamente en el primer capítulo de la novela. Pero es también la descripción de los prejuicios y la moral mentirosa de una ciudad caribeña a finales del siglo pasado y comienzos de este, y que muchos situarán y hasta confundirán con Cartagena de Indias. No lo es, según el propio autor, a pesar de algunas referencias más o menos concretas a su glorioso pasado colonial, sus barrios de la Manga y el muy antiguo de los Virreyes, su portal de los Escribanos y su plaza de los Coches, su otra plaza de la Catedral adornada con la estatua del Libertador y palmeras africanas y su cementerio de galeones, con la Capitana San José incluida, en el fondo de las aguas de la bahía.

Es Cartagena en su espíritu, más que físicamente en su moral, esta ciudad imaginaria donde Florentino Ariza se consumirá a fuego lento en su amor por Fermina y a fuego de pasión inmoladora por todas las pajaritas, casadas o viudas o vírgenes, que arrasará durante medio siglo en su secreto oficio de tinieblo desaforado. La novela va tejiendo sabiamente todos estos hilos a través de seis apretados capítulos siempre girando sobre sí mismos, en el último de los cuales veremos a Fermina y Florentino juntos y felices para siempre en el eterno viaje de un buque navegando por las aguas inmemoriales del río Magdalena.

Esta escena última del libro fue precisamente la primera imagen que de su historia tuvo García Márquez: una pareja de ancianos navegando en un buque. Una Pareja de ancianos, felices en un buque, bailando en la cubierta. La imagen parece insólita, irreal, y sólo hasta cuando el lector la pueda leer comprobará todo lo que de genial y tierna tiene, gozará con ella, con ellos, y la aceptará fácilmente gracias a la casi insoportable sabiduría literaria de quien la narra.

         

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octubre
7 / 2013