¿Es el siglo de las religiones?

En 1991, Conchita Penilla escribía sobre la preocupación de Occidente frente al "fantasma" del Islam. ¿Qué tanto ha cambiado la concepción de este problema? Aquí lo recordamos.
 
¿Es el siglo de las religiones?
Foto: Vladimir Melnik / Shutterstock.com
POR: 
Conchita Penilla Céspedes

Publicado originalmente en Revista Diners No. 251, de febrero de 1991

Hussein, vencido o vencedor, es apenas el primer paso. El fantasma del Islam preocupa a Occidente. Los expertos predicen: el siglo XXI será el siglo de las religiones. ¿Estamos ya en el siglo XXI?

Guerra o no guerra del Golfo, guerra o no guerra del petróleo, lo único que queda o quedará es la evidencia de las incoherencias: armar a Irak para luego… combatirlo, armarse contra él para luego… no vencerlo. Los análisis de los especialistas cambian todos los días, pero la cuestión de fondo, el miedo del Occidente frente al fantasma del Islam unido, tiende a ser olvidada.

Se teoriza sobre el “regreso de lo religioso”, y los signos parecen confirmarlo. Es alrededor de los signos casi inmateriales que los grupos humanos se ponen de acuerdo para exhibir sus enfrentamientos. Los muros que caen y las piedras que se lanzan. La caída del muro de Berlín: el final de la tensión Este-Oeste, un obrero católico vence el totalitarismo, Papa polonés de por medio, el renacimiento de las iglesias prohibidas. La Intifada, piedras contra balas: el Integrismo islámico, ocupación de los territorios palestinos, el antisemitismo y el catolicismo ultraconservador en Europa. El miedo del “otro” y el afianzamiento de la “diferencia” emergen como síntomas de un malestar de los últimos años de este final de siglo.

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Tres religiones monoteístas: catolicismo, judaísmo e islamismo, se entrecruzan dentro de una eventual confusión de lo religioso y de lo político. Las tres son religiones históricas, pues no hay que olvidar que el Islam hace parte integrante del tronco común constitutivo del judaísmo y del catolicismo: el Corán , la Torah y la Biblia. Las Escrituras son sometidas a diferentes interpretaciones, pero todas y cada una hicieron de esos textos de carácter místico, una razón para justificar el expansionismo de su doctrina. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos. Crucifixión, cruzadas, inquisición, lapidación. Infieles y herejes de las “guerras santas”, el genocidio de los nazis, o más aún, la guerra del Líbano y la última tragedia de Jerusalén, ciudad símbolo de cohabitación religiosa. Las relaciones entre la religión y la política son de nuevo conflictivas en el mundo moderno. Cabe preguntarse si André Malraux emitió entonces una profecía cuando dijo: “El siglo XXI será religioso, o no será”.

Ortodoxia: laicidad o exclusión

Hace un año en Francia la clase política entera se movilizó, ante lo que se llamó “el asunto del velo islámico”. ¿Podían o no las mujeres musulmanas portar el velo en lugares públicos? Si se prohibía el velo debían entonces prohibirse todos los signos exteriores de religiosidad: las cruces y las medallas cristianas, el kippa y las barbas judías… la laicidad se opone a la exclusión. La inmigración y los cambios geopolíticos en Europa han traído consigo que el integrismo, el ultraconservatismo y la ortodoxia se manifiesten en las tres religiones.

Para la extrema derecha francesa, Atila se llama hoy Mohamed. “La inmigración terminará por ser una invasión. No supimos hacer una Argelia francesa, ellos van a lograr hacer una Francia argelina”, afirman los militantes del Frente Nacional cuando desfilan con los fanáticos católicos de Monseñor Lefevbre.

Como el integrismo islámico se opone al integrismo cristiano, entonces un alcalde de la ciudad de Lyon envía los bulldózers contra una mezquita.

En Polonia el comunismo cede su lugar a un catolicismo arcaizante, donde se concretiza con fuerza el antisemitismo creciente que viven hoy los países del Este. El ex primer ministro Mazowiecki debía probar su ascendencia “limpia” de toda “mancha judía” para hacer frente a los ataques en su contra y Lech Walesa persiste en mantener las ambivalencias alrededor de este tema. Primer decreto de este nuevo gobierno católico: derogar la ley que permitía el aborto.

La profanación de tumbas del cementerio de Carpentras puso de nuevo al orden del día las tensiones entre católicos y judíos europeos. Se temía el retorno del clima del gobierno de Vichy. La comunidad judía francesa es tradicionalmente la más integrada de Europa. Pero, con la llegada de los judíos de África del Norte en los años sesentas, los sefarditas, le llegó su turno a la ortodoxia. Ver a sus hijos abandonar la tradición, diluirse en las costumbres europeas, o “afrancesarse” ha ido ocasionando un fenómeno de “retorno a las fuentes” en movimientos recalcitrantes como el “Loubavitch”. El mismo Gran Rabino Joseph Sitruk se ha propuesto conducir la comunidad judía a la observación estricta de los principios juzgados arcaicos hasta su llegada: la psicosis del “matrimonio mixto” (50% de las parejas judías casadas después de 1966), separación de niños y niñas en el recreo, uso obligatorio de pelucas para las mujeres…

Las relaciones entre católicos y judíos se normalizaron con la declaración del Concilio Vaticano 11 “Nostra Aetate”, hace veinticinco años, que rompió con uno de los capítulos más oscuros de la historia del cristianismo, aquel de las expulsiones y de las conversiones forzadas. En los últimos años esa convivencia ha sobrevivido a varios accidentes del camino: recibir en el Vaticano a Arafat (1982) o a Waldheim (1987), beatificar a Edith Stein, judía convertida (1987), las declaraciones del Papa mal transmitidas sobre la infidelidad de Israel a Dios (1987) o la instalación de las carmelitas polonesas en Auschwitz. Las tensiones corren de nuevo el riesgo de aumentar, con el proyecto de beatificación en 1992 de la Reina de España, Isabel la Católica, responsable hace 500 años del exilio de 150.000 judíos y de conversiones equivalentes en número.

Territorios ocupados: política o religión

La Constitución establecida en el Líbano, al día siguiente de la Segunda Guerra, entregaba todos los privilegios a los maronitas (minoría cristiana). En 1958 los marines desembarcaron llamados por Camille Chamoun, padre del líder recientemente asesinado (aliado del General Aoun), pues así lo decidían los intereses norteamericanos en la región. Mientras tanto, en 1948 Israel ya había absorbido una parte de la Palestina, la Guerra de los Seis Días anexó la parte árabe de Jerusalén…

En todos los conflictos el Occidente omnipresente toma partido por unos y abandona a otros. Los aliados cambian en la medida que la correlación de fuerza así lo requiere. Los casos de Irán, de Polonia, de Israel, de Irak, o del Líbano no son tratados de la misma forma ni con la misma rapidez. La brújula señala hacia el norte de los intereses económicos y políticos de los países que dominan las diferentes regiones.

La inmediatez de la información no implica nunca un profundo conocimiento de los países. El récord de la diferencia de tratamiento y de la diferencia de tratamiento y de interpretación lo vencen las guerras del Oriente Medio, principalmente la del Líbano y la actual del Golfo. El ejército israelita nunca se ha considerado como un ejército de ocupación, mientras que la resistencia libanesa o palestina son de inmediato asimiladas al concepto de terrorismo. Los sirios, los terroristas de otrora, dominan hoy el país de los cedros y nadie dice nada. Israel ocupa la banda de Gaza y Cisjordania y las resoluciones de la ONU no se aplican. La imagen satánica del Imán Jomeini ha sido reemplazada por Saddam Hussein, el aliado de ayer. ¿No tendrá entonces razón Israel al temer hoy el abandono de su “fiel amigo” americano?

El enemigo más temido: el mundo islámico unido

Todas las maniobras y alianzas serían válidas para combatir y dividir el enemigo más temido: el mundo islámico unido. La “Revolución Islámica” de Irán demostró hasta qué punto el monstruo integrista musulmán nos atemoriza. Lo más grave, basado en un total desconocimiento del Islam y su historia. Todo lo que a él se refiere se asimila una hostilidad espontánea y dramática.

Por ejemplo: “La figura del Imán donde los medios periodísticos occidentales han hecho de esta palabra un símbolo a través de Jomeini, del fanatismo más retrógrado. El Imán no es simplemente el conductor de la oración “El Jefe” (los occidentales no pueden concebir los salvajes sin un jefe), jefe espiritual de la comunidad de la cual él es su garante. Él es mucho más que eso, es a través de él que llega el orden del mundo… Está investido de una función cósmica sacerdotal…”. El observador occidental no posee los códigos necesarios para la comprensión y piensa inmediatamente en la separación de las esferas pública y privada por intermedio de un Estado.

De la misma forma se tiende siempre a hacer una amalgama entre los chiítas, clase olvidada y oprimida, y los terroristas o los fanáticos: “¡Todos los radicales musulmanes no son chiítas y todos los chiítas no son terroristas!”. Se habla con ligereza de los chiítas, de los sunitas, de los semitas… sin detenerse en ningún tipo de análisis. Bruno Etienne, especialista francés en el Islam, es tal vez quien mejor resume la diferencia entre sunitas y chiítas: la cual radica en su definición política. “El sunismo reconoce la legitimidad de los cuatro primeros califas, llamados también “los más inspirados”: Aboud Bakr, Omar, Othman y Alí… Le enseñan al musulmán que él debe obediencia a todo jefe político que no ordene desobedecer a Dios…”. Mientras que el chiísmo reconoce únicamente la autoridad del Imán. De allí la gran diferencia que existe entre el Islam árabe y el Islam iraní (persas), separación que data desde el año 945 cuando desapareció el Estado de los califas y también el que la mayoría de los jefes de Estado actuales, como Saddam Hussein, sean sunitas (Koweit, Arabia Saudita, Egipto Emiratos Árabes, Libia, etc.). Todos en estado de ilegitimidad para los chiítas, como única excepción posible, el Rey de Marruecos, único descendiente del Profeta.

Las divisiones y las diferencias ideológicas en los países musulmanes son complejas y requieren para su comprensión una apertura de espíritu excepcional. ¿Quién entiende, por ejemplo, que en Irak, la antigua Mesopotamia, el amo de Bagdad tenga como brazo derecho de su diplomacia a Tarek Aziz, cristiano de la iglesia caldea? ¿O que la Constitución, aunque define el Islam como religión del Estado, garantice la libertad de religiones? De los diez y seis millones de irakíes, un millón y medio pertenecen a iglesias cristianas, el poder es sunita y la mayoría del pueblo es chiíta… Contradicciones incomprensibles a nuestros ojos, más cuando sabemos que Saddam Hussein ha sido por tradición el más laico de los jefes de Estado y es él quien llama a la “Guerra Santa”.

No todos los musulmanes son árabes y no todos viven en estados árabes. No hay que olvidar otros países donde los musulmanes son absolutamente mayoritarios: Afganistán, Bangladesh, Indonesia, Turquía, Senegal. Gambia, Guinea, Pakistán, Mauritania, Malí, Somalia; otros donde casi alcanzan también a ser mayoría: Níger, Nigeria, Etiopía, Sierra Leona, Malasia; y las fuertes minorías que existen en Costa de Marfil, Alto Volta y en la Unión Soviética, sin olvidar las numerosas comunidades musulmanas residentes en Europa ¿Es acaso posible esta “Guerra Santa”? ¿Responderían los chiítas árabes o iraníes al llamado de dirigentes sunitas?, ¿Los hermanos árabes están más divididos de lo que aparentan? ¿Moros contra cristianos? Todas estas preguntas muy seguramente tendrán su respuesta en la actual crisis del Golfo Pérsico, que pone en peligro no sólo la supervivencia de un estado o de una religión, sino la supervivencia misma de la humanidad.

         

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febrero
3 / 2016